El Cholismo es algo que se lleva por dentro. Es una religión, que puedes venerar u odiar a muerte. Los 22 hombres que componen la plantilla del Atleti creen en ella a muerte, creyeron en ella a muerte cuando Diego Costa se marchó lesionado del Camp Nou, creyeron en ella a muerte cuando también Arda se marchó lesionado y creyeron en ella a muerte cuando Alexis marcó. No esconde ningún secreto, si bien exige unas premisas elementales: sudar, creer, trabajar y ser humilde. Cumpliendo éstas, se puede, chicos.
El Cholismo traspasa cualquier estilo de jugar al fútbol y cualquier modelo táctico, va más allá: es un estilo de vida. Es saber que siempre se puede. Que nada es imposible si no se trabaja por ello. Que solo hace falta trabajo, entrega y dedicación para conseguir los objetivos que uno se proponga. Es un mensaje para esa ama de casa, para ese hombre que pasa noches de frío trabajando o para ese chaval al que le cueste sacar los estudios. Es aplicable a cualquier ámbito cotidiano.
Diego Pablo Simeone y su religión pasarán a los anales de la historia. Su Atleti será recordado, y dentro de varias generaciones se seguirá hablando de él. Pero no simplemente por haber ganado una Liga, o al menos esperemos que no se quede solo en eso, sino por todo lo que ha significado. Ha tenido la fuerza mental para superar cualquier utopía, para hacerse fuerte frente a los grandes, para saber ser fuerte a través del colectivo. Y ésto último es lo más importante que Simeone ha conseguido en el Atleti: hacer grupo. Trabajar desde el grupo, sin hacer distinciones, y hacer que cada miembro del mismo crea a muerte en cada uno de sus compañeros. Y así, nadie ha conseguido derribarle. Nadie ha conseguido derribar al Cholismo, de momento. Porque no hay más poder que el de la familia.
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